miércoles, 13 de mayo de 2009

Juan Filloy, flagrante deuda interna de la literatura argentina


¿Quién es Juan Filloy? O mejor dicho, ¿Quién fue Juan Filloy? Si usted es buen lector, y sobre todo argentino, quizá haya leído algo, o lo haya encontrado en glosas, epígrafes, o por qué no -en el mejor de los casos-, habrá leído alguno que otro de sus trabajos. Magro, muy magro reconocimiento público para uno de los más grandes y originales autores de habla hispana. Y tal vez su pingüe renombre sería aún menor si no hubiera sido por la célebre mención de su novela Caterva formulada por Julio Cortázar en Rayuela, -sobre la cual, por remanida, no nos explayaremos-.
En fin, este gigante oculto nació en Córdoba el 1º de agosto de 1894 y murió el 15 de julio de 2000, con lo que consiguió su propósito de convertirse en “escritor de tres siglos” –interpretación calendárica de por medio, tampoco vamos a negarle esta pretensión-. Según la Universidad de Río Cuarto, “compartió la vida y el trabajo con sus seis hermanos en el negocio de ramos generales que su padre tenía en el Barrio Gral. Paz hasta que se recibió de abogado en la Universidad Nacional de Córdoba.
De joven fue también dibujante caricaturista, además de uno de los fundadores del popular Club Talleres de Córdoba (aunque jamás jugó al fútbol), del Golf Club de Río Cuarto, y del Museo de Bellas Artes de dicha localidad.
Trabajó durante sesenta años en el Diario El Pueblo, en donde tenía una sección de glosa del día, de crítica teatral, arte, etc. etc.”
Autodesignado “campeón mundial de palíndromos” –otra de las características originalísimas del gran autor-, nos ha dejado numerosísimas y extraordinarias muestras de tan desmesurada habilidad. Y tanto y tanto tiempo dedicado a la pasión literaria nos legó tantas y tantas narraciones y poemas cuya excelencia quizá sea solamente comparable a la indiferencia del público y de los editores (no así de la crítica en general y los organismos literarios y culturales, que lo han galardonado con loas y reconocimientos quizá tampoco acordes a su real estatura, pero bueno, algo es algo). Tal vez no deba omitir que entre otras de sus “excentricidades”, todos los títulos sus novelas constan de siete letras.
No dejen de asomarse a la obra de este gran maestro. Por ahí se consiguen ediciones viejas y amarillentas de algunas de sus grandes novelas, y también he visto que han editado no hace tanto algunas que otras más. De su obra capital (Cortázar mediante), Caterva, hay una edición de la Universidad de Río Cuarto, búsquenla por ahí. Yo la he podido conseguir no hace mucho, después de requisas tan exhaustivas como infatigables.
Y un último pedido desesperado: ¡déjense de joder con los derechos de autor y permitan la subida a internet, por favor! No quedemos ignaros de su grandeza por el chiquitaje mercantilista, porque de todos modos y como viene la mano, ¿cuánto pueden perder?
Imagino al viejo jurista, más allá del ego, dando por cerradas estas líneas con el consabido “Será justicia”.

lunes, 11 de mayo de 2009

El heresiarca y cía., cuentos magistrales de Apollinaire


Guillaume Apollinaire (Wilhelm Apollinaris de Kostrowitzky; Roma, 1880 - París, 1918) Escritor francés, de origen polaco. Es considerado un precursor del surrealismo, en tanto sus célebres poemas (El Bestiario o el Cortejo de Orfeo -1911-, Alcoholes, -1913-, o los Caligramas, publicados póstumamente) abrevan de la corriente simbolista, superándola tanto formalmente como en los contenidos y abriendo varias avenidas luego utilizadas por la troupe surrealista. Amigo de artistas de la talla de Picasso y de Braque, abogó por el cubismo desde sus críticas en revistas especializadas de la época.
El filósofo Adolfo Ruiz Díaz me contó cierta vez que solía sentarse a leer frente al busto que los surrealistas habían erigido en su honor frente a uno de los tantos hoteles parisinos de los que el poeta había tenido que fugarse por no tener con qué pagar.
Si bien su celebridad (más que justificada, por cierto) se debe en su mayor parte a su obra poética, es autor de relatos magistrales (y otros no tanto, de sesgo chabacano y poco cacumen, pero que fueron producto de la necesidad -ya que tenía que garrapatearlos a raíz de las penurias económicas ya referidas-). Queremos sugerir la lectura de El Heresiarca y cía., conjunto de cuentos cuya originalidad, inspiración, agudeza, y qué se yo cuántos calificativos de este orden más, lo hacen, sin sombra de duda, una verdadera e imperdible obra maestra de su género.
El heresiarca y cía.

martes, 5 de mayo de 2009

CARLOS CASTANEDA, o la delgada línea entre antropología y esoterismo


Luego de la publicación de la tesis doctoral elaborada para la UCLA por Carlos Castaneda (que versaba sobre la utilización de plantas psicotrópicas entre los indios Yaqui), y de la desmesurada repercusión que la misma tuvo fuera del ámbito académico, ocurrió que el citado autor, -argumentando que el sistema de creencias en estudio había terminado “tragándose” (según su propia expresión) al antropólogo para hacerlo devenir en aprendiz de brujo-, procedió a partir de allí a la redacción de una retahíla de títulos, a través de los cuales pretendió dar cuenta de la realidad operativa y coherencia interna de un sistema basado en ideas y conceptos completamente reñidos con la pretensa objetividad de la ciencia. Eso le valió, por un lado, no sólo el repudio sino también el encono de colegas y pensadores sistemáticos en general; y por otro la admiración incondicional y elevación mesiánica de quienes postulan modos de aprehensión de lo real más laxos y de corte New Age. Traidor y oportunista para los primeros, héroe esclarecido que pudo sortear la trampa de monstruos logicistas para los otros, el ecumenismo alcanzado por su obra parece haberlo convertido en el adalid de quienes propician un conflicto sintáctico que recién comienza a plantearse en términos concretos, más allá de todas las incipientes escaramuzas que fueron manifestándose a lo largo de la historia.
Es sintomático el afán con el que muchos de sus colegas se empeñan en descubrir tanto la falsedad de sus reportes como la inescrupulosidad de sus subrepticias intenciones. Tan afanosos lucen que dejan entrever inequívocos signos de envidia y celos profesionales que tendrían legítimo lugar si no hubiese sido el propio hechicero quien se encargó de dejar muy claramente expresada su voluntad de abandonar jergas y procedimientos de sesgo cientificista. Han pretendido invalidar sus informes pillándolo en algunas presuntas mentiras respecto de su historia personal, o acusándolo de haber robado y/o plagiado trabajos de campo a sus colegas. Hay incluso quienes suponen que pueden desvirtuar un sistema ya de por sí endeble –salvo en términos editoriales, por cierto- informando al gran público que era peruano, de Cajamarca, y no brasileño, como parece haberse empeñado en hacernos creer el díscolo antropólogo. Y dan cuenta de muchos detalles de su vida “real” que parecen contradecir lo poco que de ella es reseñado en su obra. Lo episódico y tangencial de tales diatribas en mucho se apartan de la seriedad procedimental que ellos mismos sostienen, y nos invitan descaradamente a participar de esas falacias de composición con una intencionalidad tanto o más criticable que la que intentan anatemizar.
Pero quizá lo más extravagante de esta polémica esté dado por la forma en que parece haberse cerrado, y que demuestra el grado de irresponsabilidad observado por ambas partes. Bien sabido es que la mística neolítica cuya tradición obtuvo Castaneda de un brujo Yaqui al que llamó “Juan Matus” comporta el proceso hacia una forma alternativa de morir. Sus detractores lo acusan de haber dispuesto las cosas para ocultar su prosaica muerte física, a la manera de un Empédocles posmoderno, y dan pelos y señales de la dolencia, agonía y deceso del científico devenido en médico brujo. Mas nada de esto disuadirá a los incondicionales de Carlos, ni siquiera un puntilloso certificado de defunción. El pensamiento mágico no se arredra ante tales nimiedades formales.
Quizá la única reflexión sintética extraíble respecto de tales consideraciones, que finalmente parecen acotarse al ámbito del lenguaje, la haya dado un amigo del propio Castaneda, cuando al ser interrogado acerca de la veracidad o falsía de los reportes, comentó que si eran ciertos, constituían un aporte invalorable al conocimiento científico y al pensamiento en general; y si lo había inventado todo, era, al menos, un consumado escritor de ficción. De cualquier modo, concluyó, Carlos sale ganando. Y éste sí que es un juicio difícil de refutar.
Una realidad aparte
Viaje a Ixtlán
Relatos de poder
El conocimiento silencioso
El fuego interno

Gregory Bateson, un científico diferente


Gregory Bateson (1904-1980), científico anglo-estadounidense que incursionó en numerosas ramas de la ciencia, por lo que su labor es muy difícil de clasificar en una sola disciplina (cibernética, antropología, etnología, teoría general de los sistemas, psicología anormal, lógica, epistemología, etc.) Su pensamiento de corte integral no sólo le valió un merecido reconocimiento entre los estamentos de la ciencia tradicional, sino que además fue considerado paradigma por las surgentes modalidades de pensamiento alternativo.
Tanto la originalidad de sus enfoques metodológicos sobre problemáticas preexistentes como la profundidad y agudeza de sus investigaciones lo llevaron a abrir nuevas avenidas de pensamiento, algunas apenas tanteadas y dejando el camino abierto a toda una cohorte de discípulos y seguidores, algunos de real fuste (tal el caso de Paul Watzlawick (1921-2007)
Entre algunos de sus aportes, podríamos citar (arbitraria y fragmentariamente, cosa que él, con toda seguridad, hubiese reprobado) la teoría del “doble vínculo” en la génesis de la esquizofrenia, el carácter determinante del contexto en las pautas de comunicación, la inclusión en el menú epistemológico de nociones descartadas por la ciencia tradicional, (como por ejemplo, la de “espíritu”), la aplicación del método cibernético a temas biológicos o socioculturales, etc.
Algunos fragmentos y lecturas:
Espíritu y naturaleza, Cap. II
Un hombre del Renacimiento: Gregory Bateson, por Pablo Capanna
Espero que esto los motive, consigan los libros, no son tan difíciles (ni de conseguir ni de leer)